martes, 24 de julio de 2012

A propósito de la reforma sanitaria

Desde que empezó la crisis, diferentes voces han venido insistiendo en la inviabilidad de la sanidad pública, en contra de todas las evidencias que demuestran su menor coste frente a la sanidad privada de países como EEUU. Esas mismas voces son las que deberían garantizar, por mandato constitucional, su sostenibilidad, pero ya nadie espera demasiado de los políticos.

El último golpe del gobierno es el fin de la universalidad de acceso a la sanidad; una medida que, si bien supone un escaso ahorro si no un incremento del gasto, duele más que ninguno otro recorte anterior. Duele porque hace evidente el modelo de atención pública al que nos dirigen y porque pone el foco en los sectores sociales que más están sufriendo la crisis: las personas que están en paro, que no tienen permiso de residencia o son pensionistas. Se excusa en la necesidad de recortes y en la falsa acusación de abuso a los inmigrantes. Los parados tendrán que acceder a una tarjeta especial cuando dejen de cotizar. Los pensionistas tendrán que pagar por sus recetas y, si no tienen recursos, enfrentarse a la pesadilla de la burocracia para demostrarlo. Si el Estado de bienestar era una fórmula de aseguración colectiva que garantizaba el acceso a derechos sociales en momentos de vulnerabilidad (desempleo, vejez, enfermedad, niñez), este decreto rompe la base del sistema: la solidaridad entre grupos sociales y franjas de edad. Es un órdago al pacto social establecido en la Transición y que necesita ser refundado por el bien de la democracia.

Hasta ahora, las políticas neoliberales, antes de la crisis y de forma exponencial desde 2008, empeoraban la calidad de los servicios públicos, disminuyendo sus recursos, y patrocinaban el desarrollo de servicios privados mediante deducciones fiscales, externalización a precios de saldo y cesiones de recursos públicos (transferencias y suelo). Es una forma indirecta de favorecer el trasvase de población con recursos a la asistencia privada, a la vez que el sector público es degradado y se destina a los sectores con menos recursos y a los tratamientos menos rentables; este proceso de segregación (escolar, sanitaria, social) alimentaba la huida de las clases medias de los servicios públicos, sin duda con la intención de generar un desapego objetivo y subjetivo de estos grupos hacia lo público. De hecho, era creciente el número de personas que pagaban un extra por un servicio privado, supuestamente mejor pero que en muchos casos sólo otorga un halo de exclusividad, ya que los profesionales, el tiempo de atención y los recursos (tanto en la escuela como en las clínicas) están por debajo, todavía, de los servicios públicos. El objetivo era generar una pregunta: ¿por qué pago impuestos si pago por otro lado mi atención sanitaria o educativa? La pregunta ocultaba las ventajas fiscales al sector privado.

La exclusión de personas sin permiso de residencia y la introducción de una tarjeta sanitaria especial para desempleados aumentará el gasto final de una atención que desde la atención primaria sería menos costosa. ¿Por qué este decreto entonces? La ofensiva actual se dirige a promover otra pregunta: ¿por qué pago impuestos para que otros que no pagan se beneficien de un sistema que no uso? La reforma sanitaria busca que el “sentido común” pase de la solidaridad social (el “me puedo quedar en el paro”, “me puedo poner enfermo estando en el paro”: “hoy por ti, mañana por mí”) y de justicia social (“todas las personas tienen derecho a educación y sanidad” “garantizar derechos a todos es la mejor manera de generar igualdad de oportunidades y una mejor sociedad”) a un sistema en el que cada uno recibe lo que paga. La estrategia neoliberal trata de romper esa idea de que cualquier persona tiene derecho de acceso a los recursos públicos más allá de su situación particular. A la vez que fija con mayor fuerza los derechos sociales a la variable del empleo, un empleo que sabemos escaso y precario. Las medidas de gestión de la crisis bancaria no hacen sino volver más escaso el acceso al empleo, al mismo tiempo que refuerzan que el empleo sea la forma de adquirir el acceso a los recursos públicos.

El momento de crisis es quizás el peor para disolver la solidaridad: muchas familias de clase media que podían permitirse llevar a sus hijos a un colegio concertado o tener un seguro médico privado ya no tiene recursos para permitírselo y no hablemos de sus hijos, con el 50 % de desempleo juvenil. Este decreto hace que, aproximadamente, la mitad de los jóvenes entre 26 y 30 años no puedan acceder a la sanidad pública general. Recordemos, por otra parte, que para obtener el permiso de residencia es necesario acceder a un contrato de trabajo. De hecho, muchas personas están perdiendo sus “papeles” porque han perdido su empleo y no pueden renovar su permiso de residencia después de años de mucho esfuerzo. Se nos pide aguante y resignación con la promesa de que los buenos tiempos volverán, pero se destruye esa visión de una sociedad que responde por los demás. Sin embargo, sí vamos en el mismo barco y no sólo para aguantar los recortes. Es evidente que intentan desarticular el vínculo social y la solidaridad, precisamente para cortar los lazos que pueden plantar cara a esta estafa.

Cuando el mal gobierno destruye lo que ha sido construido entre todos, no queda otra que defender lo único que importa: la sociedad y la democracia. En otros países europeos, ante ataques semejantes a la universalidad de los derechos y de la sanidad pública, los profesionales se han negado a esta exclusión, han desobedecido atendiendo a todo el que lo necesitaba en sus centros de trabajo tal como están planteando aquí profesionales del sector. En Italia,  profesionales sanitarios, junto a vecinos, han llegado a poner en marcha puntos de asistencia para todos. No es lo ideal suplir con trabajo voluntario lo que podría pagarse con el dinero de todos, dinero que se está desviando al pago de intereses de una deuda ilegítima. Pero frente al rodillo de los recortes las manifestaciones de protesta no van a ser suficientes, tendremos que defendernos y quizá, en ese camino por recuperar la riqueza que producimos entre todos, encontrarnos y empezar a imaginar otra sanidad pública; encontrarnos tal como lo hicimos en las plazas hace un año y volveremos a hacer en mayo. El interés general está por encima de cualquier gobierno. Ninguna mayoría absoluta representa a la mayoría social.

Madrilonia.org

Nota.
La sanidad ya no es un derecho básico pata tod@s las personas, solo para los "asegurados"

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